Detroit, la ciudad del Motor. Una de las cunas de la música
negra norteamericana. Berry Gordy creó allí el conocido imperio musical Motown
cuyo sonido acompañó la América
turbulenta de los años sesenta y setenta. La urbe con una economía floreciente
en esa época atrajo lógicamente la mirada del mundo del hampa que asentó y
desarrolló algunas organizaciones criminales francamente sorprendentes. Un
claro ejemplo son los “Young Boys Inc”, entramado mafioso formado por afroamericanos
que controló el tráfico de heroína entre 1978 y 1982. Como grupo criminal
provocó preocupación inusitada durante su periodo de actividad debido a sus
métodos de trabajo: utilizaban las esquinas como puntos de distribución empleando
a menores de edad en el tráfico de heroína, extendiendo su organización a
diversos centros urbanos y utilizando una inusitada violencia para eliminar a
las bandas rivales. Su reputación y metodología creó un hito en la vida
criminal de las calles. Diversas disputas internas provocaron su disolución si
bien su funcionamiento y estructura fue empleado por posteriores bandas
criminales.
Una de ellas, prácticamente coetánea, fue la integrada por los “Chambers Brothers”
(nada que ver con la banda de soul-funk-rock angelina del mismo nombre), cuatro
hermanos procedentes de una zona deprimida de Arkansas que crearon su
particular sueño americano en Detroit. Emprendedores natos, sin ningún
escrúpulo a la hora de hacer dinero, Billy Jo, Larry, Otis y Willie Lee
Chambers crearon un floreciente y vertiginoso entramado criminal gracias a la
introducción del crack en la ciudad a mediados de los años ochenta. Los “Chambers”
controlaron gran parte del negocio facturando más de un millón de dólares
diarios. Profesionalizaron el tráfico creando un sistema empresarial en su
actividad: lugares estratégicos perfectamente controlados, tarjetas
identificativas para sus empleados y clientes, determinadas ofertas en el
consumo, y creación de incentivos en las ventas. Semejante caudal de dinero y algunas
arriesgadas acciones (el control de determinados inmuebles convertidos en
fortalezas para distribución y consumo de crack) puso en alerta a las
autoridades de la ciudad y lógicamente a cuerpos de policía nacionales como la
DEA que organizaron un operativo conjunto para su desmantelamiento. La
pesadilla terminó en 1988 cuando la organización criminal fue detenida (1).
El periodista Barry Michael Cooper (2) recogió en algunos reportajes
de investigación ésta problemática y las consecuencias que estaba teniendo la
epidemia del crack en los centros urbanos. Originario de Harlem, Cooper inició
su carrera como crítico musical pasando posteriormente al periodismo de
investigación, labor que ejerció durante los años ochenta para el periódico
Village Voice. El 1 de Diciembre de 1987 publico en el citado rotativo
neoyorquino el artículo “Kids
Killing Kids: New
Jack City Eats Its Young”, donde recogía de manera pormenorizada la situación que se estaba
viviendo en las calles de Detroit con la problemática comentada. El escrito
llamó la atención de diversos ejecutivos de Hollywood que contactaron con él
para dar forma un proyecto que tenían entre manos. Quincy Jones y Clarence
Avant habían comprado a Paramount un
libreto llamado “Nicky” que el guionista
Thomas Carter había escrito para Francis Ford Coppola con el fin de
integrarla en la tercera parte de “El Padrino” (que en esos momentos estaba
preparando) o desarrollarla como proyecto independiente. Estaba inspirado en la
figura del hampón Nicky Barnes (3) y lo debía interpretar Eddy Murphy quien
disfrutaba de un ventajoso contrato en la Major. Por alguna razón, el proyecto
no se consolidó y la compañía decidió vender el guión. Quincy Jones llevó el proyecto
al productor George Jackson quien fue la persona que sugirió a Cooper para dar
un nuevo enfoque y construir los cimientos de lo que acabaría siendo “New Jack
City” (1991).
La película se convirtió en un hito en la historia del cine
afroamericano y abrió una nueva ola de película dirigidas por cineastas negros
que en el año 1991 alcanzó la veintena de producciones. Una maniobra comercial
típica de la industria que ponía de relieve lo que se había estado
desarrollando en el negocio musical la década pasada. El film dirigido por
Mario Van Peebles funcionó de manera similar a lo que veinte años antes había
hecho “Las noches rojas de Harlem” (Shaft, Gordon Parks, 1971). Se repitió el
éxito comercial, el impacto mediático y cierta repercusión en determinados círculos
de la crítica cinematográfica.
Veintisiete años después la historia se ve de otra manera. Aquel
fulgurante movimiento apenas duró unas pocas temporadas si bien fue aprovechado
por productores, directores y actores negros para sacar adelante trabajos de
clara connotación racial. Quedaron algunas películas interesantes como “Los
Chicos del Barrio” (Boyz n the Hood, 1991), “Redada en Harlem” (A Rage in Harlem, 1991), “Un Paso en falso”
(False Movement, 1992), “Juice” (1992) o “Menace II Society” (1993), una
etiqueta para definir el nuevo fenómeno conocida como Hood Films (4),
alguna que otra inesperada franquicia como el sleeper cómico “House Party”
(1990) y algún cineasta siempre crítico con esta nueva ola: el siempre combativo Spike Lee (estuvo antes,
durante y después del nuevo boom negro). Abundaron promesas perdidas tan conocidas como
John Singleton, el propio Mario Van Peebles, Carl Franklin, Bill
Duke, los Hermanos Hughes, el clan de los Wayans, Ernest Dickerson, Reginald Hudlin o el olvidado Matty Rich que
en el mejor de los casos acabaron trabajando en Hollywood o para el mercado de las
series televisivas. Hubo algún que otro cadáver exquisito como el malogrado realizador
Joseph B. Vasquez o el rapero-actor
Tupac Shakur. Y consolidó una nueva hornada de actores que dieron el salto
definitivo al mainstream cinematográfico: Denzel Washington, Samuel L. Jackson,
Wesley Snipes, Ice Cube….
“New Jack City” (1991) es una
película que no narra nada nuevo. Lo que cuenta ya se había visto antes y con
mayor fortuna. La novedad era el color de la piel de los protagonistas y la
introducción del crack en su propuesta argumental aunque lejos del brutal
retrato que el citado Spike Lee desarrolló en su irregular “Jungle Fever”
(1991) . El film narra el ascenso y
caída de Nino Brown (un convincente Wesley Snipes), un narcotranficante que
lidera el gang de los Cash Money Brothers dueño de un imperio criminal
controlado desde un bloque de edificios que actúa como auténtica fortaleza. Sus
enfrentamientos con otros mafiosos por el control del negocio (Italoamericanos descritos
de manera muy banal), la enconada persecución policial encubierta (la presencia
de Ice T resulta sorprendente) y las
repercusiones de la droga en el vecindario serán desarrolladas a lo largo de la
historia.
“NJC” (1991) es una obra muy
irregular. Un diamante en bruto sin
pulir donde se mezclan sin ningún rubor efectividad e ingenuidad, ideas y
tropos reconocibles expuestos con tosquedad y sin los necesarios matices. Un
trabajo inmaduro, primerizo, demagógico que aspira a contar y denunciar muchas
lacras y desigualdades sin olvidar su armazón comercial perfectamente
diseñado. No le falta desparpajo y
frescura, reconocemos que tiene pegada si bien sus limitaciones son nítidas. Como
ya comentamos en otro lugar, el film es un thriller criminal de claro mensaje
cuyas intenciones se constatan en su muy estilizado poster: “Las drogas no es algo de blancos o negros. Es
la muerte. Y no le importa una mierda el color.” (diálogo expresado no por
uno de los personajes afroamericanos de la función sino por el inestable Nick
Peretti, policía blanco para más señas). Discursos similares no faltan en el
otro bando como espeta Nino Brown: “en la
era Reagan sólo te haces rico robando. El gobierno anda haciendo cosas raras.
Hay más pobres y desheredados que nunca. Hacen como que no los ven. Los ricos
son más ricos y los pobres, a la mierda. En tiempos así, la gente quiere drogas
duras”. Conclusiones propias de titular de semanario tan irrebatibles en su
fondo como discutibles en su exposición. Nada que ver con “The Wire” (2002-2008)
para entendernos.
“NJC” (1991) actualiza
el policiaco afroamericano de los años setenta y amplia la nueva ola de cine de
gangsters desarrollada durante
los años anteriores por Brian De Palma, Martin Scorsese y Francis Ford Coppola. A
diferencia de otros títulos, la película está concebido como una obra
antidroga que sin embargo cuida
hasta la saciedad la estética de los hampones quienes parecen en
ocasiones una banda de funk o rap tanto con su colorido vestuario
(corroborado en esas camisetas negras que lucen en sus espaldas las siglas CMB)
como en su altivo comportamiento tan cool y en ocasiones chulesco. Son
mostrados en discotecas y ocasionales
fiestas, en reuniones grupales poco formales, como oscuros benefactores del
barrio o en lujosos lofts revestidos de detalles pintorescos en sus paredes.
En contrapartida, la visión de la
policía busca un equilibrio que sea atractivo para el espectador juvenil: actúan
por su cuenta como
un autentico grupo
organizado multiétnico ajeno a las órdenes superiores si bien sus
peleas internas son dignas de patio de colegio.
En todo momento, se intenta dar una imagen donde prevalece el imperio de la ley aunque en
última instancia prima la justicia urbana muy poco poética. La violencia es mostrada sin cortapisas (ejecuciones
en puentes, asaltos a inmuebles, tiroteos con armas automáticas, disparos a
quemarropa en la cabeza)
perfectamente acondicionada por un score poblado de temas hip hop y new jack
swing. Un lenguaje necesario para los
pobladores de una ficción menos ambigua de lo que parece.
En la zona intermedia se
introducen los elementos que más interesan recalcar a Barry Michael Cooper como
concienciador social. Por un lado, el personaje de Pookie (Chris Rock), camello
y adicto al crack, peón en ambos bandos, cuyo infierno personal sirve para
mostrar tanto el lado menos gratificante de la droga como una ingenua
rehabilitación que provoca cierto sonrojo. Por el otro lado, la vieja guardia
indefensa aunque implicada con el barrio es encarnada por un veterano John Doe negro (encarnado por Bill
Cobbs) quien no cederá ante la presión mafiosa ni ante la sordera institucional
resultando su acción personal decisiva en el clímax del relato. La galería de
secundarios sigue los mismos derroteros arquetípicos.
Más discutible nos resulta la
labor de Mario Van
Peebles como narrador y en el campo formal. Su figura como cineasta
entronca
perfectamente con la blaxploitation
setentera debido a que su padre Melvin Van Peebles fue uno de los directores más importantes
de aquel periodo. Entendemos que tal decisión fue plenamente buscada por
los productores George Jackson y Doug McHenry. En su opera prima, el cineasta
se muestra un tanto inseguro empleando desde la estética videoclip (que desentona en más
de un momento)
al realismo urbano cámara en mano, sin olvidar la saturación cromática y las
fugas de luz ochenteras logrando un batiburrillo formal poco
convincente aunque muy afín al público al que va destinado la película (lo que
el director denominaba como toque “New Jack”). Retengamos al menos las
escenas iniciales donde se nos presenta a los protagonistas del relato,
destacando esos planos cenitales sobre la city mientras escuchamos un cruce de
noticias en off informándonos sobre la
situación (no muy lejana a la actual);
la vibrante persecución callejera a ritmo del tema “New Jack Hustler” (interpretado por el propio Ice T); el sangriento ascenso de Nino Brown
acompañado por la canción de Stevie Wonder “Living
for the city” cantada a capella por una improvisada pandilla urbana; las
breves apariciones de músicos como Flavor Flav o Nick Ashford; o la envenenada
cita bíblica “Soy el guardián de mi hermano” empleada como eslogan casi un
mantra a lo largo del film. Escasas virtudes, bien es cierto, que no han
impedido convertir a “New Jack City” (1991) en una obra de referencia para el
moderno cine afroamericano.
(1): http://www.nytimes.com/1988/12/18/us/detroit-drug-empire-showed-all-the-traits-of-big-business.html?pagewanted=all
(2): http://ambrosiaforheads.com/2016/03/new-jack-city-is-turning-25-new-revelations-from-its-writer-will-blow-your-mind/
(3): http://elpais.com/diario/2007/11/23/cine/1195772401_850215.html
(4): Hood
Films define al tipo de películas surgidas a finales de los años ochenta y
centradas en mostrar los aspectos de la cultura urbana afroamericana y latina
centrada especialmente en las bandas, la música, los problemas sociales, el
racismo, el enfrentamiento con las fuerzas del orden, la corrupción del sistema
y la inmigración. En su tipología entran dramas, comedias, thrillers,
documentales, biopics musicales e incluso títulos de terror.